Tras más de una década de dictadura, Uruguay comenzó un proceso de apertura democrática a inicios de los 80, que culminaría con la realización de elecciones democráticas en 1984. Fue una época de gran ebullición social y cultural, que tuvo obviamente una gran influencia en el terreno artístico. La música uruguaya vivió un momento especialmente luminoso, marcado por la aparición de una generación de artistas que mezclaron sin prejuicios los nuevos sonidos globales que comenzaron a difundirse con las raíces musicales locales y regionales.
Hugo Jasa estuvo en el centro de esa movida.
Criado en una familia vinculada a la música y la danza (su madre era primera bailarina del ballet nacional, su padre ingeniero de sonido, su abuelo primera viola de la orquesta sinfónica), Jasa estudió composición, musicología y dirección orquestal y coral en el conservatorio universitario, además de ser baterista. Tocó con varios músicos y formó parte de grupos muy influyentes de candombe-fusión como Almango o Chicalanga 3+1. También siguió los pasos de su padre como técnico de sonido.
Si se lee la ficha técnica de algunos de los discos uruguayos más interesantes editados durante la década de 1980 por artistas como Jaime Roos, Travesía, Eduardo Darnauchans, Mariana Ingold, Jorge Galemire, Laura Canoura, Eduardo Mateo, Jorge Lazaroff o Leo Maslíah se puede ver que fueron grabados en el estudio La Batuta.
Ese estudio del que Henry Jasa, padre de Hugo, era co-propietario, fue el primero en Uruguay en tener una consola de 16 canales. En La Batuta funcionaba además una productora de jingles publicitarios. Hugo cumplía la doble función de técnico de sonido (grabando a varios de los músicos mencionados) y de compositor de música para publicidad.
Como en Uruguay vivir de la música era una tarea muy difícil, la mayor parte de los artistas más conocidos trabajaban también grabando jingles publicitarios de incógnito, por lo que Jasa tenía a disposición a los mejores músicos del país a un golpe de teléfono para realizar su tarea. El estudio se transformó así en un lugar de reunión para toda esa camada de músicos que combinaban su faceta creativa con el trabajo publicitario, colaborando además entre sí en sus respectivos discos y shows.
En los pocos momentos en que el estudio estaba libre Jasa comenzó a experimentar con ideas musicales que imaginaba para una obra de danza.
“Mi idea era que al escuchar mi música uno pudiera cerrar los ojos y ver imágenes. Generar climas, momentos que evocaran imágenes y movimiento”-rememora.
También buscaba que sus temas combinaran el “glamour” de los 80 con el sonido del candombe afro uruguayo. El proceso duró varios años y comenzó a gestarse en 1984. Para inspirarse usó el nombre de alguno de los hexagramas del I-Ching, creando música según lo que le sugería cada título. Luego trabajó junto a la bailarina y coreógrafa Graciela Martínez mostrándole las bases de sus temas, basándose en sus ideas coreográficas para continuar. Tenía que prestar especial cuidado en que nadie borrara lo que había ido registrando durante todo ese tiempo en la cinta multipistas. La Batuta tenía solo 22 carretes de cinta que se reutilizaban una y otra vez para ahorrar costos.
Lo económico también pesó en algunas decisiones estéticas. Gracias a su trabajo en publicidad Jasa estaba familiarizado con los sintetizadores polifónicos y máquinas de ritmo que comenzaban a popularizarse en los años 80. Pero su idea era que los temas que iba componiendo llevaran batería acústica. Como disponía del estudio a deshoras era inviable perder todo el tiempo que lleva armar, probar y grabar una batería. Una vez que se decidió a que el sonido de las percusiones (salvo los tambores de candombe) iba a ser electrónico, se metió de lleno a experimentar con las cajas de ritmo para buscar la manera más creativa de usarlas. Lo mismo sucedió con los sintetizadores Yamaha DX7 y Roland D50 que comandan la tímbrica del álbum.
Los demás instrumentos (voces rítmicas, guitaras eléctricas, trompeta, violín, tambores de candombe, bandoneón) fueron tocados por los grande músicos y amigos con los que alternaba tanto en las grabaciones “artísticas” como en las “comerciales”. Es una verdadera selección nacional, Eduardo Mateo (con quien Jasa haría el maravilloso álbum La Mosca), Hugo Fattoruso, Jorge Galemire o Mariana Ingold entre muchos otros participaron en esas sesiones.
En 1989 sondeó la posibilidad de editar su música en formato físico. Quería dejar un registro de su obra aunque era consciente de su escaso atractivo comercial. Los responsables del sello Ayuí–también músicos- se interesaron, así que se abocó a terminar la grabación, dedicando muchas horas a la mezcla, hecha junto a Daniel Báez.
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